abril 28, 2008

Alusiones a Buélco

Sánchez Meyer, Arturo. Alusiones a Buélco. Col. Letra joven. México: Ediciones y graficos Éon,2005.
ISBN: 968-5353-52-2

Cartas de mar para Ana

La persona más proxima a mí
eres tú, a la que sin embargo
no veo desde hace tanto tiempo
más que en sueños.
Ernesto Cardenál

Carta y manifiesto tendiente a ilustrar los daños físicos y psicológicos,

Y ya no pude sino bajar
terriblemente solo a buscar
mi cabeza por el mundo.
Gonzalo Rojas


Si vieras con qué soledad llueve allá afuera, la ventana es bombardeada por piedras de agua son grises pero también azules y, si pones atención, puedes oír cómo hablan… Yo estoy tranquilo con la inocente seguridad de que son débiles y tercas; podrían pasar la noche entera golpeando ¿y qué? Que hagan lo que quieran, de todas formas parece que ya no voy a dormirme nunca.

Aquí, escondido, acechando a mi lado, está el tiempo, pero no tengas miedo. ¡Si pudieras escuchar cómo camina! Es un olvido constante, está de paso. Grita de pronto y después, como las gotas, suspira y luego grita de nuevo, y luego calla.

¿Te has detenido alguna vez sólo para pensar que puedes detenerte? Es decir, nos han mentido ¿sabes? Nos han dicho que el tiempo, que el mundo, que LA VIDA, no se detienen nunca. Es mentira, todo se detiene porque… Huidobro pensó que caíamos constantemente en un paracaídas. Girondo quería volar, “…caer en el aterrizaje forzoso de un espasmo…”. Después un imbécil llamado Einstein vino a joderlo todo diciendo que el asunto era “relativo”; y para colmo un viejito judío, “Padre de la psiquiatría”, no tuvo inconveniente en echarle la culpa al falo… ¿Entiendes? Qué hastío, no es tan difícil saber que a veces la vida no camina, se detiene a mirar por la ventana, pide café, prende un cigarro y se calla.

Mira: la cosa es que comienzo a acostumbrarme a estar solo y… es malo, cualquiera lo sabe. Porque apenas empieza uno a estar callado aparece esta voz; esta voz que ve la ventana abierta y grita ¡salta!, que ve la puerta abierta y aconseja ¡lárgate!, que ve la hoja en blanco y ruega ¡cállate! Y ya me tiene de malas, porque no es como tú, a veces, cuando te ponías a hablar y luego de un rato tu voz se mezclaba con todo, rebotaba en los muros del cuarto y entonces yo ya no te escuchaba, sólo te miraba parpadear los labios porque ¿qué más daba lo que dijeras? yo seguía siendo el mismo idiota que no podía dejar de hacerte daño. Pero ahora, desde que no hablas, esta voz monologa todo el día y no me deja dormir, ni mirar, ni estar contigo sin ti, no me deja.

Este ir cerrando puertas, caminando siempre para atrás, acabó por encerrarnos por completo. Y a mí me duelen más los muros que la ausencia, y a ti ya no te duele nada… Estás bien ahí, olvidándome, mezclándome con todos tus problemas y yo ya no soy “el” problema, ahora sólo soy “otro” problema más. Y yo despierto todos los días y ya nunca está el dinosaurio, Tito, el dinosaurio se ha ido. Dijo algo sobre París, sobre los puentes del Sena, “flaco, pórtate bien”, dijo. El dinosaurio se ha ido.

¿Por qué te digo todo esto? Este asunto de la soledad y los problemas existenciales es lo más “esnob”, puritito ocio clasemediero. No es nada educado ir por ahí contándole a la gente que uno tiene la vida atravesada en la garganta y una “L” mayúscula tatuada en la frente.

¿Por qué te digo todo esto? He ensayado tantas respuestas y todas son tan idiotas que mejor voy a dejar que tú la elijas. Con opciones pertinentes y un tiempo no mayor a los dos minutos.

Pregunta: ¿Por qué te digo todo esto?

Opciones:

a) Por idiota.

b) Por una impostergable propensión a la autocompasión.

c) Porque no tengo nada más interesante que contarte.

d) A causa de las secuelas del insomnio.

e) Todas las anteriores.

Marca con una cruz el inciso que te parezca más adecuado.

Tomemos entonces partido, es de pésimo gusto no pertenecer a nada. (Cuando digo “tomemos” notas, sin duda, el plural incómodo de esta palabra. Me refiero, evidentemente, a mí y a mí; y a todos los míes, míseros y místicos que caben en este mí).

Me declaro entonces, partidario de la nostalgia, a favor de tus monosílabos y profundamente identificado con el aire, que se cuela por entre tus piernas cuando estás desnuda y duermes, erotizando a tu sombra. Estoy del lado de los que pasan del lado. Adepto al movimiento de los espectadores, de los mirones azules, de los torpes, pasivos, degenerados. Contra los cocteles, el hotel de paso. Contra la academia, Jaime. Contra la virginidad, las estatuas ecuestres. Contra ti, mí.

“Tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos”.

A veces

¿O será que respiro tan cerca
que te mancho los ojos?
José Gorostiza


-Me da miedo a veces- Dijiste soltando una larga bocanada de humo.

-¿Qué?- Dije buscando a tientas el cenicero que, por algún motivo inexplicable, terminaba siempre escondido detrás del buró o junto a la pata de la cama.

-Tú- Dijiste iluminándote la cara de rojo al sorber el cigarro. –Tu silencio… Antes pensaba que callabas porque estabas pensando en otra, luego porque sólo estabas pensando… Ahora no sé por qué callas, pero me da miedo. Hace un silencio incómodo, como cuando uno sube a un elevador y adentro había besos, y ahora los dos te miran, ella apenada, él impaciente y cuando bajas sientes un alivio terrible, y te reprochas por no usar siempre las escaleras-

-¿Quieres ir por las escaleras?- Dije mientras mi mano encontraba tu rodilla. –Dicen que es más seguro en caso de un terremoto o un incendio-

-La palabra terremoto me da risa- Dijiste apoyando tus plantas heladas sobre mi pantorrilla. –Yo sé que es terrible, que es una palabra mala, que no es para nada de risa, pero no sé… te hace cosquillas en la garganta ¿no? TE-RRE-MO-TO.

-La noche está tan fácil, hasta ese grillo se adivina tranquilo con su sonata- Dijiste corriendo la cortina, llenándote de luz blanca y parecía que te habías tragado la luna, y se te salía por los poros, y yo te seguía indefenso, como serpiente en un canasto.

Me da miedo a veces tu silencio.

Y luego todo esto

Andábamos sin buscarnos pero
sabiendo que andábamos para
encontrarnos.
Julio Cortázar



Ocurría siempre, en algún café, caminando por la plaza… Yo interrumpía nuestro silencio más íntimo, más preciado, para decir alguna estupidez como: “¿Sabías que cuando Diego pintó este desnudo en realidad sólo se la estaba imaginando?” o “¡Claro! como en ese cuento de Borges en el que decía…”. Tú hacías un esfuerzo real por entender y después recogías una flor pequeña y te la ponías en el pelo, o me pedías que te contara, otra vez, la historia de la mujer que vuela.

Yo, evidentemente, quedaba reducido al ser más idiota y te miraba la risa, y tú te ponías a jugar a los monólogos entrecortados y sólo interrumpías el juego para adivinar la hora o para preguntarme por qué, a veces, el aire hace ruido.

No es que fuera imprescindible (seguro esta palabra te habría hecho reír), estar contigo, es sólo que resultaba fácil.

Por eso el día que llorabas yo no supe cómo… El aire hace ruido cuando va de prisa, cuando está de paso, como tú. La mujer que vuela tiene tus ojos y lunas en los dedos, como tú. Son las seis y veinte… Pero nada, no te dije nada. Te habías convertido en un fantasma, parecía que llorabas por muchos años.

Yo estaba tan débil, tan frágil. Cómo decirte que ya no… que sin duda tú, porque yo y luego todo esto.

“Que de ahora en adelante, todos los que vengan a palacio no tengan corazón”.

Agua mineral y Johnnie Walker

No vayas a creer que soy un
poeta: me puedes ver cualquier
día medio borracho apostándole
a una carreta y a un pura sangre.
C. Bukowsky



¿Qué importa? Aquí sobra el Whisky. La vida se pone un poco mejor, más lenta, más “manejable”. Las carcajadas duelen, es cierto; a cada nuevo golpe de tabaco da la réplica una risa desdentada… Y nada, es que no tenemos nada. Pero esta mujer que me mira está tan cerca, respira tan fuerte. Un último trago, sólo otro más, eso es todo. Ya casi se olvida uno de qué se está olvidando.

Las manos se confunden, los ruidos son distintos y esto es mío, mi camisa, mi mujer, mi vaso. Un Hemingway afónico y un último trago, sólo otro más, eso es todo.

Respiramos; parece que por primera vez respiramos. Ella tiene la boca helada; la encuentro, no la conozco; la encuentro empapada en alcohol.

Queda la música, queda ¿Cómo saber si aún suena o permanece atrapada en el oído?

Dos cuerpos se confunden, eso es todo. He vuelto a ser un andrógino, soy un gigante; encuentro la piel que me faltaba, manos, piernas, cartílagos desolados. Una botella para rentar por adelantado tres horas en las paradisíacas playas de la incomprensión.

Todo discurre, el cuarto está sudando, nadie habla, queda la música.

Quédate un poco, mira; afuera la noche está esperando para clavarte los colmillos, quédate un poco. Eva, quédate un poco. Un último trago, sólo otro más, eso es todo.

Una de dos

Amaos los unos
encima de los otros.
Facultad de Letras,
París. 1968 (Último Round).



¿Tú crees que el asunto sea: libertad = soledad? Y mira que no hablo de LA LIBERTAD y LA SOLEDAD, sino de unas más cotidianas y manejables.

Yo un día, tuve una libertad pequeñita, cabía en la palma de mi mano, era como roja, más bien anaranjada y era el centro de atención en todos lados. Me la llevaba en la bolsa y, a veces (cuando ella estaba de buenas y yo no estaba cansado), tomábamos café juntos o nos sentábamos en la plaza a escuchar la calle.
Aunque casi siempre era simpática, más bien “curiosa” (despertaba la ternura de la gente “grande”), era una pésima compañía en los cines y en los salones de clase.

Una vez, en una reunión de ex alumnos, le dio por pararse en medio de la mesa y ponerse a gritar frases celebres: “¡Ya basta!”, “¡Mejor morir de pie que vivir de rodillas!”, “¡Perdónalos padre porque no saben lo que hacen!”… cosas así. Era más bien ególatra y bastante intolerante.

En cambio la soledad (aunque era más grande) era tímida hasta la náusea. Le gustaba despertar de madrugada y quedarse muchas horas en el limbo. Lectora de Borges, adicta al cigarro, era más bien aburrida o tal vez, “interesante”.

No cabía en la bolsa de mi pantalón y cuando la llevaba a la calle era inevitable que la viera todo el mundo y que despertara los más largos discursos, y consejos bien intencionados: “¡Dale hombre que la vida sigue!”, “No es tan importante”, “M’hijo ¿por qué no te consigues una novia?”. Cosas así.

Un día, en una reunión de inversionistas irlandeses, le dio por ir de silla en silla, despertando a todas las soledades de todos los ejecutivos. Hubo llanto, abrazos, lástima colectiva… Incluso uno de ellos (de mancuernas doradas y pañuelo blanco) llamó a su madre para disculparse por no sé qué mal entendido acerca de abono para tulipanes.

La cosa se puso buena (“bárbara”, dirías tú). Todas las soledades llenas de nostalgia en la mesa y la libertad pequeñita que gritaba desde la bolsa de mi pantalón: “¡Ya basta!”, “¡Levántate y anda!”.

No está de más...

Algunas veces vivio
y otras veces,
la vida se me va con lo que escribo.
Joaquín Sabina

Sobre todo por el café, lo demás no es gran cosa.

¿Se podrá perder un perro? Porque éste ha pasado ya varias veces ¿no que tanto escándalo con lo del olfato?

Y no es que digamos barato, pero es bueno, el express, el americano está más quemado que Irak.

Niña con todo y crayolas… Es un mito eso del arco iris y las casitas en la montaña; el sol con carita feliz. Ésta se ve bastante surrealista, pero yo a ese mar lo hubiera pintado más bien de rojo.

Claro que lo bueno del americano es que te sirven los que quieras, este express de un cuarto de taza no dura ni cinco minutos.

¿Nicho de música de fondo? Bueno, comienzo a alegrarme de que sólo sean cinco minutos.
Tomando café en la Condesa… es el peor lugar común. “Soy malo, condesero, guapo pero mata perros”.

¡Déjela señora! ¿Qué hubiera sido de André Bretón con una madre como usted? Además el rojo de su labial le da a la pintura un aire más “vanguardista” (siempre es bueno decir algo así).

Y si hablamos de lugares comunes, supongo que yo tendría que estar buscando algo ¿Qué se busca mientras se toma café en la Condesa?

¡Nadie se tatúa un sol azteca en el brazo! Seguro trae a la Virgen de Guadalupe en la espalda. Tiene cara como de degenerado. Seguro es Talibán.

Me imagino que se busca algo así como una razón, un motivo, porque si se buscara otra cosa, pues entonces no estaría uno buscando (¡Gracias! Aplausos al final por favor).

Quedó mucho mejor, pero como que al cielo le hace falta un poco de morado ¿no?

Supongamos que, para rematar el lugar común, se me ocurriera decir que te estoy buscando a ti… Como un absoluto claro y hasta puedo poner cara de idiota pa que se note que estoy clavado en eso de “la búsqueda”.

Está muy bien para venir con esa cosa. Trajecito Armanni y todo pero no tiene ni forma. Seguro tiene un Audi o muchos centímetros de “personalidad”.

Buscarte en la Condesa… no está tan mal; pero entonces te busco para no encontrarte, porque sino te estaría encontrando y no buscando. (¡Gracias, van dos! Ahora sí merezco aplauso ¿no?).

¡Claro un A4! Si es todo lo que quieren, pinches viejas ¡A ver si pueden entrar al cuarto de hotel con todo y carro!

No estaría de más que llamaras de vez en cuando… Sirve que me ahorras todo el numerito.

Aunque te valga madres, nomás por aquello de “ser civilizados” ¿no? Podrías decir algo así como: “¿Oye y qué te has hecho?”, “¿de verdad estudias eso?”, “se oye super interesante”, “a ver cuándo nos tomamos un cafecito”, “cuídate”, “yo también te extraño”, “estamos en contacto”, “¿ya te di mi mail?”.

¿Ya acabaste? Quedó perfecto, yo le pondría: “Paisaje de verano con aires condeseros”.
Ok, ok, yo también guardo la pluma. Hay que correr antes de que Maná llegue a hacerle el quite a Nicho… “Mi mariposa de amor ya no regreso contigo”.

Una de payasos

... sí, a Garrik, la más austera y
remisa sociedad le busca ansiosa,
todo aquel que lo ve muere de risa.
Juan de Dios Peza.


El arlequín ya no hacía reír a la princesa. Sus chistes eran cada vez más malos, su risa más sobrada, sus malabares cada vez más tontos. El arlequín ya no hacía reír a la princesa, quien, entre bostezo y bostezo lo miraba con lástima, y le soltaba, de cuando en cuando, una sonrisa compasiva.

La princesa era muy bella (si no, no podría ser princesa), pero el arlequín no tenía el mal gusto de estar enamorado de ella; sin embargo no podía perder el puesto: tenía esposa, cinco hijos, hambre y otras cosas que sí eran de muy mal gusto.

La princesa veía Big Brother mientras el arlequín se desvivía contando sus mejores chistes, haciendo sus mejores imitaciones (Chente y Juan Gabriel al mismo tiempo), pero nada… La princesa le mandaba una mirada triste y se ponía su ropa “Zara” para ir al “Alebrije”.

¡Pobre arlequín! Vivía en el agua, deprimido hasta los huesos. Todos en la corte reían nada más de verlo, pero la princesa…

Un día el arlequín, cansado y humillado, con una botella de mezcal encima, subió las escaleras del castillo de Polanco; llegó hasta el trono, miró a la princesa y le dijo (con inspirado acento):
-Si vuestra merced ha olvidado como reír yo ya no puedo hacer nada. Sólo recuerde, bellísima princesa, que el dinero y los caprichos no podrán salvarla de la infelicidad-

Las carcajadas de la princesa se escucharon por todas las habitaciones de palacio. El arlequín fue condenado a muerte, pero primero firmó una exclusividad con “Master Card” y su frasecita le dio a ganar mucho dinero a su familia.

Moraleja a elegir:

a)Si ya vas a ser arlequín mínimo no seas mamón.

b)Si eres princesa y tienes todo en la vida ¿para qué chingados quieres un arlequín?

Y por último, pero no de último.
c) (Optativa y siempre útil). “Pepe el toro es inocente”.

Retrato hablado

Estoy tan solo que cualquiera
diría que estás conmigo.
Francisco Hernández



Pelo largo y derramado. Tez blanca. Ojos negros ardiendo al sol de las tres de la mañana. Labios delgados. Risa moribunda. Inexplicable afición por los elefantes y a tirar monedas al mar. Cejas gruesas. Lagrimales amplios, llenos de lágrimas que cuando corren ya no pueden parar. Diecinueve centímetros entre el cuello y el hombro derecho. Heridas de mis labios. Rodillas de piedra que saben hablar.

Indispensable en la cama y en los domingos nublados. Experta en botánica y el Ché. Lunas en los dedos le obligan a combatir la luz de la lámpara. Amiga de una tal Alejandra y de un perro que se llama “Jack”. Mala compañera en las bodas y en el cine (imposible ver una película sentado junto a ella). Costillas de cera, frágiles como abanicos. Adicta al cigarro y al café irlandés. Tabique ligeramente desviado a la derecha. Tose por las noches. Dice que le gusta escuchar “Aranjuez”.

Cualquier información será generosamente recompensada. No intente atraparla usted mismo; es peligrosa y está armada con algunas cosas que no puedo describir…

Muy triste esperando que no se haya perdido más de lo habitual, siéntome en el marco de la puerta a esperar que vuelva. Terriblemente arrepentido por ciertos accidentes y malos entendidos. Nunca quise que el asunto terminara tan mal.

Muy solicitada en algunos círculos sociales. Depresión extrema cuando alguien pregunta y yo no sé qué decir…

Informes al tipo medio muerto que toma café todos los días, de seis a nueve, en el café de la Paz.

Urge pronta respuesta. Asunto delicado que requiere de absoluta seriedad. Peligra la vida de un pez dorado, la integridad de su portaretratos y la escasa mala reputación restante de quien escribe el presente anuncio.

Sin afán de hacerle perder más su valioso tiempo, le ruego ayuda pronta. Cualquier detalle puede ser crucial…

Al irse llevaba un listón rojo, lluvia en las comisuras de los ojos y un “ya nunca más” en el paladar.

Y ya

Pero en el cuarto del poeta caido
en desgracia; miedo y musas se turnan
en la guardia. Y viene una noche
que no conoce el alba.
Ossip Mandlestam



Bla, bla, bla… Yo creo que… a mí me parece… el asunto es más complicado… te estás saliendo del tema… todo depende de… Bla, bla, bla…

Cuántas palabras, cuánto tiempo, cuánta vida a medias. Y de tanto hablar se nos perdió la risa y nos quedamos sólo con la prisa, un reloj a contratiempo y el cenicero repleto de motivos.

Ponte tu disfraz de plumas, la máscara del jaguar guerrero. Vamos a pelear a la calle, a ganar la calle. Apaga tu celular. Vamos a cortar cabezas, todavía queda algo que hacer en esta puta ciudad… Ponte tu disfraz de plumas. Vamos a cortar cabezas.

Quiero perderte así; peleando, con escudos largos y lanzas de piedra. No quiero que te vayas con una lágrima negra, con promesas, con disculpas, buscando cambio para poner, por lo menos, la propina.

Hay que caminar aquí, aquí donde huele a mierda más que en Dinamarca y ya después te vas, y avanzas, y evolucionas, y escoges camioneta con bolsas de aire, y el Spa en la mañana, y el Angus en la tarde, y en la noche sexo silencioso, de rutina, de ruina… Pero ahora, vamos a caminar hasta que no sientas las piernas.

No hay tregua, no existe ¿entiendes? No te vayas hasta que lo sepas. Ésta es una escalera sin andadores, sin horarios para el lunch. No hay tregua ¿entiendes? No te vayas hasta que lo sepas.

Porque ahora vas a irte y te llevas a éste que ya no existe, que dejó de existir porque te fuiste y también lunes, y las seis de la tarde, y hierve el domingo pesado sobre las banquetas, y ahora vas a irte dejando tuerto al martes…

Sigue todo aquí, a pesar, a pasar, a pescar de todo. Sobre la mesa, aquí. Bajo los postes de luz, aquí. Arriba, más arriba, más alto, donde no llega tu mirada miope, aquí, aquí… Sigue todo aquí.

Porque ahora voy a irme y me llevo lo que me debes. “Te hubiera dado más de lo que me robas”. Porque ahora me voy a cazar con arpones tu fantasma y después… ¿De verdad creíste que iba dejarlo todo por seguirte? Aquí en el mar, anclas y anzuelos, costas y costras ¿De verdad creíste que…? Voy a cazar con arpones tu fantasma.

Y tú que lo tenías todo resuelto, dónde y cuándo, cómo y a qué hora. Y yo con botellas vacías, y con muros, y con fortalezas impenetrables. Y tú con ojos y labios, y piernas, y risa, y tu cuerpo dentro de un caballo de Troya.

Lo malo es que no lo sabrás, nunca, no lo sabrás… Y yo lo habré olvidado para cuando estés de vuelta de este ningún lado. Y lo demás no importa porque no lo sabrás, porque nunca volverán a lastimarte de este modo, porque hoy te llevas tu pared y yo retiro mis clavos.

Bla, bla, bla… Te voy a extrañar… cuídate ¿sí?... te llamo un día de estos…, gracias por… Bla, bla, bla…

“Hay leña que arde sin humo, cada cual quema su leña”.

Otros para llevar...


Domando el domingo

Domingo pesada tapa sobre
el hervidero de la sangre...
Tristan Tzara


I
Desde la última vez que estuve muerto he estado más vivo que nunca…
La lámpara se amanece a las tres de la mañana con ceremonias de tambor y
yo inicio el descenso de costado por un sueño que no tuve y una cama insomne
que se acomoda como durazno en el frutero.

El domingo viene vengativo, cargado de profecías y de presagios que
se atropellan unos a otros; viene como un final disfrazado de principio, rompe
el cascarón despacio, asoma las primeras horas y me encuentra aquí, despierto
cautivo, fumando mientras lo espero… -Vamos a pelear entonces, domingo-


II
Vuelvo cansado como náufrago sin nuevo mundo. Pasé la noche entera
poniéndole trampas a tu fantasma y no cayó en ninguna.

Amanece el día pluvial, con aliento de nube, de mentira. La ropa duerme
inmóvil sobre la silla y la hoja en blanco que me esperó desnuda toda la noche
se despereza y vuelve los ojos. Amaneció la noche del domingo.



III
En un barco de papel navego por tu cuello, te miro dormir, pienso en el
lugar común y sonrío cuando te lleno de humo el pelo y tu espalda se pone
a temblar a dos segundos del deshielo. Vas a caerte al mar como un iceberg
gigantesco, vas a caer, suenas tan frágil… Pero tu sueño se sostiene de las
uñas y vuelves a suspirar tan bajo, que casi tengo ganas de darte las gracias.
-No tardo… Voy a tomar unos tragos con el domingo-


IV
La calle se despertó sorprendida; las bugambilias están floreando
la jardinera parece una maqueta a la que, en el último segundo el niño
artista, decidió que le hacía falta un poco de morado.

Pero el día y yo tenemos cosas pendientes, no hay tiempo para tonterías
botánicas… Escogemos las armas y bajo las escaleras como un guerrero
con el corazón en la nuca del sacrificio.


V
Cuando se mira bien, por encima del hombro de las horas, la vida
parece un poco más lenta… Quedaron de ayer los vasos tirados en el piso
y las carcajadas atrapadas en los muros que de la casa. Cosas que habrá
que poner en bolsas negras y después tirarlas como los días.

A veces el sol se detiene un rato y deja que la noche trasnochada
descanse su resaca en silencio; pero hoy es domingo, amaneció desde el
miércoles en la mañana. Tiro botellas vacías y sueños pequeñitos y
traslúcidos que terminaron confundidos en los ceniceros.


VI

Descalzo me encuentran la noche y los azulejos, descalzo pisando
nostalgias, amaneceres, fotos viejas, uniformes con mi nombre cosido
en el pecho.

El crucigrama del domingo está abierto y sin contestar sobre la mesa
de la cocina. Vertical: siete letras. Nombre del día del final del día.


VII

Te pregunto esto por no dejarlo… Sé que no te hace falta, que
tienes lo que quieres, que quieres lo que tienes, pero no deja de
asombrarme tu certeza.

Está la foto que he cubierto con notas y papeles diminutos, están
las persianas abiertas esperándote, están los cuadros y las cosas,
está aquí el tiempo conmigo y todo lo que no te hace falta… Estamos
aquí todos, el domingo y yo, esperándote.


VIII

No tengo que darle cuerda al reloj, camina sólo, funciona perfecto.
Hace ruido, nada en las horas que paso y repaso gastando con los ojos
sus manecillas. Dibuja figuras en el techo cuando el sol lo toca,
deslumbra a las telarañas que le ponen el gris a las paredes…

No tengo que darle cuerda al reloj, camina sólo.



IX

Amaneció muerto el lunes, nonato, tísico, ciego; y un poco aturdido
por las luces de la calle, pero se ve bien… Fuerte, inútil, doblegado.

Es que cargar con este ayer debe tenerlo harto… Pero es mañana
de mañana, es el silencio que pasa cuando termina de arremeter la
sirena de Ulises (y también la de la ambulancia), es Express doble
cortado, es la regadera con sus gotas y su escándalo y la alegría tonta
de estar completo, una costilla de menos pero listo para el tráfico y el
frío, y el lunes, el lunes, el lunes…

Ganaron los Pumas. Mataron a dos reos en medio de un motín.
Se presagia lluvia toda la tarde. Una fuga de gas creó pánico
colectivo al sur de la ciudad. Tu foto está viva, camina en las noches,
siempre la encuentro en distinto lugar. Atentado en Marruecos. “Se
paga con la vida la lealtad del pueblo”. La píldora para hombres.
“Hugo Boss” estrena su colección de invierno.

Lunes 24, dice el periódico en primera plana, y parece que es
noticia de interés nacional haber sobrevivido al domingo.

Nunca soy yo

Nunca soy yo el que tiene y nunca soy, tampoco,
el que te pierde.
No soy el que tiene permiso de tocarte,
cuando toda la ciudad está mirando,
ni el que tiene que dejarte para seguir dando vueltas,
y apretar el paso.

Soy el que te espera.
el que te guarda,
el que nunca tendrás a la mano.
El que tiene lo que no te hace falta,
el que puede cambiarte por el humo trasnochado
si le da la gana.

El sueño que no soñaste,
el lugar donde nunca llegas
la cama fácil en la que jamás duermes.

Al margen de tu margen, tomo el tren de vuelta
y como siempre llevo tu mirada a cuestas,
no necesito regresar a ninguna parte.

Como no estás, como no vas a estar,
no hace falta decirte que me faltas.
Como no me ves, como no vas a verme,
no te hace falta pedirme que me quede, y tampoco
puedes decidir la hora ni el lugar en el que tengo que marcharme.

Estoy en el único lugar posible,
entre la nada y tu nada,
entre mi siempre y tu nunca,
entre mañana y anoche.

Perdido en el rincón en que no buscas,
a fuerza de no verme estás destinada a mirarme.
En medio del destiempo coincidiremos y entonces…
Entonces nada.
Pero el azar ese día tendrá que jugar su parte.

Mientras tanto te espero,
eres lo único que aún no ha llegado tarde.
Yo no soy éste que te escribe.
Soy el que cambiaría todo, TODO;
por la mitad de lo que no vas a darme.

La llave del cuarto

Mientras tú y yo dormíamos, nuestros cuerpos estuvieron hablando por muchas horas… Se dijeron cosas que nunca sabremos, se hablaron así, como nosotros no podemos. Se hablaron en silencio.

Lo sé por tu rodilla indiscreta, por una de tus manos que se puso a gritar al viento las palabras que no alcanzó a decir tu boca; pero no la boca de siempre, la de anoche, esa que duerme contigo y a veces, cuando tengo suerte, conmigo.

Ahora que te has ido no lo sabremos, no podremos saberlo nunca. Reconozco en el papel amarillo tu caligrafía fina, perfecta, y sonrío imaginándote medio vestida, con la prisa de siempre, dejando caer sobre la libreta un “Te quiero” fácil. Tropezando con la silla, con los zapatos, con el tiempo, con el silencio divertido del cuarto que te mira correr sin hacer ruido. Mientras yo aprieto los ojos, tratando de anclarme al sueño para no ver como te vas, para no pedirte que te quedes otro rato, para no recibir, por gratitud, tu beso apresurado.

Y pensándolo bien es una lástima que te fueras, no sabes que tranquilo se ha puesto ahora el cuarto… Tus pasos se quedaron aquí, tercos, con su inútil monólogo en los azulejos del baño.

Ya no quiero verte, estoy cansado de no poder cansarme; ni siquiera tengo a quién dejarle este recado…

-Buenos días joven ¿todo bien? ¿descansó usted? No olvide dejar en la recepción el control remoto y la llave del cuarto.

Para que seas libre

Para que seas libre te encierro en mi jamás,
en mi jaula de siempres dislocados;
te corto los brazos y las piernas y las alas;
te amarro a la cama con las cuerdas duras de mi soledad.

Para que seas libre traigo el pasado y te lo echo encima,
la fotografía gastada, la carta a lápiz fechada con prisa
en alguna mesa de café.
Los días que pasaron, el rincón que guardó tu fantasma,
la palabra que faltaste, la libreta empapada de noche
sudando el día siguiente.

Es la única forma. No hay puertas,
ni minotauro,
ni laberinto,
ni abejas amenazando tu sueño.

Sólo el rencor de no haberte tenido cuando en serio
hacías falta.
Sólo el presagio de saber que te tengo ahora,
ahora que no te necesito;
y que lo sabes y duermes,
y que lo sé y te abrazo,
y que ya no podrás nunca pagarme tu destiempo,
tu retraso.

¿Cómo dices que te llamas?

El cigarro de las tres grita su nombre; lo repite el tren en mitad de su escándalo y a veces, se lo lleva un grillo que medita taciturno bajo la luz de la lámpara.

Me han dicho que también lo conocen ciertos pájaros y animales mitológicos y se sospecha incluso, que era el nombre favorito de un famoso minotauro.

Amigos cercanos me cuentan que, inexplicablemente, lo han escuchado de madrugada cuando toda la ciudad guarda silencio y a mí me ha pasado algunos días, que lo digo al despertar como si lo hubiera estado soñando toda la noche.
Suena en los intestinos con acordes de tambor, de piedras creando caos en el agua.

Nombre de cueva, de callejón, de primera llamada, de último vagón; de un eco que de tanto hacerse eco se volvió aire del eco que grita su nombre.

Sorda de
oído perfecto,
ambidiestra de sueños
diseñados para zurdos.


Habría que tener dos pares de pulmones para gritar tu nombre, inventar otro idioma, llenarse la boca de lluvia.

Pronunciarlo ahogado, muerto de sed.
Llorando, muerto de risa.
Sudando, muerto de frío.
Soñando, muerto de insomnio.
Peleando, ¡muerto en cumplimiento del deber!

Porque ocurre que ahora que todos lo saben, que se grita en la calle, que se brinda por él, que se escucha en los cines a media voz y sudando que se presagia en los salones de clases y en “cocteles de paso”.

He tenido que esconder tu nombre para evitar más sospechas, para que no se despierte al escucharlo mi despertador. Me lo trago de un sorbo con el café de la tarde…¡Doble cortado por favor!

… nada más para venir a verte

Para Diego...


Vinieron a decirme que estas aquí, enfermo, enfermo como un imbécil, tirado en una cama agarrándote a la vida por un tubito que te regala horas a cuentagotas.

Vinieron a decirme que estás aquí, que casi no hablas y que si decidía venir a verte tuviera cuidado porque estas que ni te reconoces entre tanta máquina y tanta sonda, y tanta bata, y tanta mierda, para que tú puedas tirar tu propia mierda, porque ahora, hasta para eso necesitas ayuda.

Y yo no quise venir antes porque estaba seguro (de algún modo lo sigo estando), que de sólo verte, tal vez de tocarte, podría poner la muerte en tus ojos como un antifaz para dormir, ahora sí de a de veras.

¿Y luego qué voy a hacer yo si a ti se te ocurre morirte justo el día en que yo, amablemente vengo a visitarte?

No sabes el tráfico que hay en todas partes y estacionarse es cosa de dos horas, esquivando grúas, parquímetros, policías con silbato y dientes largos… Todo eso para venir a verte, porque a ti se te ocurre estar enfermo y terminar en este hospital que no aparece ni en la “Sección amarilla”.

¿Y luego que voy a hacer yo si tú te pones a morirte justo en el momento en que yo entro al cuarto (340, subiendo, tercer piso, pasillo largo a la derecha) con mi paquete de “Halls” en la mano?
(¿Qué esperabas que te trajera? ¿Poesía? ¡No mames!).

La maquinita haciendo ruido, gritando no sé qué de tu ritmo cardiaco. La explosión, los gritos, el llanto, los abrazos… “No se preocupe señora, él ya está descansando”, “estoy con usted para lo que necesite”, “es injusto pero sólo Dios sabe por qué hace las cosas”.

No se te vaya a ocurrir tener el mal gusto de morirte después de que me aventé dos horas en el carro nada más para venir a verte.

Estoy esperando que te levantes a saludarme ¡Arráncate esas cosas! Tú no eres alfiletero de nadie. Ven a la puerta a saludarme ¡no voy a darte un besito en tu cama como si fueras princesa! Te traje “Marlboro lights” (¡fumas como señorita! ¿Qué no había cigarros para hombres en la tienda?).

¡Levántate cabrón! Ven a saludarme. Es viernes. No se te vaya a ocurrir morirte ahorita. Hice dos horas de tráfico nada más para venir a verte.

EL ÚLTIMO VAGÓN

Con los ojos apretados de tanto mirar, sujeta entre las manos una pequeña libreta verde, de pasta gruesas y hojas amarillas. Hace ya casi dos horas que pasó el tren, sin embargo aún se mueven en sus oídos los roces metálicos de las vías cansadas.

-Las once cuarenta. Tú te suicidaste a las once cuarenta... sólo soportaste nueve horas sin ella, ¡eres un maldito traidor!- dice mirando un reloj de cuerda gastado y oxidado que siempre marca la misma hora.

-Es julio y no llueve, ¿y sabes por qué no llueve?... ¡Claro que lo sabes! No llueve porque no estás, porque desde que te fuiste ya ni la lluvia se atreve a asomarse por la ventana, porque si lloviera habría alguna señal de que aún existo, ¿y sabes por qué no existo? ¡No estúpida! No dejé de existir porque te fuiste, dejé de existir porque me dejaste, que es muy diferente, que es muy diferente...

La fijación por los trenes no le llegó de pronto, le vino por herencia; por tanto escuchar las historias de su abuelo sobre aquel tren que venía del norte y que tardó treinta y dos años en asomar al pueblo su último vagón. –El nueve de julio, a las cuatro de la mañana, cuando ya casi me quedaba ciego de tanto no parpadear, vi por fin el último vagón, donde venían todas las cosas que se multiplicaron por la tierra; las estufas de gas, las máquinas para congelar la comida, los automóviles y muchas cosas más que todavía no se descubren. Pero eso es porque aún no ha llegado el tren a todo el mundo, si supiera dibujar te haría retratos de ellas...-

-Tú nomás dime cómo son abuelo, dime cómo son y yo las dibujo en mi libreta- Le contestaba él casi mecánicamente.

-Si tuviera un jardín soltaría mil grillos y los haría cantar a todos juntos en la madrugada, verías como así sí llovería. ¿Pero sabes por qué no tengo jardín? Pues sólo porque no hay cuartuchos inmundos con jardín incluido, pero a veces, antes de dormir, me imagino que hay un jardín debajo de las cobijas, entonces me meto rápido en la cama y siento cómo el pasto me hace cosquillas en los pies. ¿Tú no te imaginas nada antes de dormir? ¡Ah sí! Que te fuiste ¿verdad? Este cuarto es tan pequeño que hasta se me olvida que no estás. ¿También eso será extrañarte?-

Se pone de pie de un salto, toma un frasco de vidrio y lo oprime rápidamente contra el suelo, después le hace unos orificios pequeños en la tapa.

-¡Ya ves, te agarré!- dice riendo a carcajadas. –Nomás que termine de pasar el tren te voy a llevar a la casa para que hagas llover, pero primero deja que termine de pasar. Seguro ella viene en el último vagón junto con todas las maravillas que aún no se descubren. Fíjate bien cómo es para que luego me la describas y yo la dibuje en mi libreta. Nomás espérate a que pase el último vagón-.

abril 27, 2008

Las siete veinticinco

Hace mucho tiempo que ya nada le importa, su reloj, cansado de correr detrás del tiempo se detuvo y el mundo dejó de caminar a las siete veinticinco.
Cuando es de mañana, como a eso de las siete veinticinco, Diego sale de su casa y camina diez y siete cuadras hasta el café de la esquina. Andrea lo espera sentada en una mesa escondida entre la gente y las macetas colgantes, con los ojos llenos de flores y un listón azul perdido entre el cabello. Diego puntual, a las siete veinticinco, la saluda y le inventa un nombre distinto cada vez que la mira

-Hola, Clara- Dice diego dejándose caer sobre una pequeña silla de madera, mientras sostiene entre los labios un cigarro arrugado y sin filtro.

-Hoy estás más mugroso que ayer- Dice Andrea con una sonrisa.

-Es la contaminación, Daniela. Deberíamos de tener un día de hoy no circula-

-Tú deberías de dejar de circular mínimo un año-

-¿Me llevas al cine, Elsa? A las siete veinticinco se estrena una película japonesa- dice Diego mientras juega con el humo gris de su cigarro.

-¿Cómo se llama?- Pregunta Andrea siguiéndole el juego.

-Algo así como “Titanes”... dicen que va a ganar muchos premios ¿Me llevas, Tania?-

-Sí, nomás me tomo mi café-

-Pero se va a hacer tarde, ya son las siete veinticinco, ¡apúrate María!

Andrea abre su bolsa saca un espejo pequeño y lo pone frente a Diego.

-Ya viste que mal te ves con ese enjambre de barbas. ¿Me dejas que te rasure?-

Diego mira su rostro en el espejo amarrillo, sonríe de perfil y dice

-Es que ha llovido mucho, Laura. Tengo una inundación en la cara, ¿ya viste?-

Andrea lo observa divertida, no puede creer que aún después de esa mugre, de esos trapos, de esa barba horrible y gruesa que se alza sobre su rostro como el pelo de los caballos, incluso después de loco, Diego le sigue gustando tanto como cuando se lo presentaron. Era la boda de una prima ¿de Teresa?, ¿de Ana?... no importa, el hecho es que cuando ella lo vio, asustado, con los ojos rojos y sudando a mares en su traje azul, le pareció el hombre más hermoso de la tierra. Lo sacó de la fiesta y casi lo violó en el carro del abuelo. Después lo espió en el baño y lo miro llorar como un niño durante media hora.

-¿Cómo se hacen los cuadros, Diana?-

-Primero necesitas pintura y pinceles, luego haces rayas en un lienzo y pintas lo que se te ocurra-

-Yo quiero hacer un cuadro Mariana ¿me compras un martillo?-

-Sí, nada más déjame terminar mi café-

-¡Pero rápido, Gabriela! Ya son las siete veinticinco.

Diego deja veinte pesos sobre la mesa de madera, Andrea lo toma de la mano y salen juntos del café. Como siempre, toda la gente los mira. A Andrea le gusta que la gente la vea, le divierte escandalizar a las señoras, asustar a los niños, sorprender a los burócratas y a los boleros.

La mano de Diego raspa como si estuviera apretando una lija; es increíble que aún le guste pasear de su mano.

-¿Cómo dices que se llama esto, Fernanda?-

-Coyoacán-

-Yo quiero vivir aquí en el parque, ¿puedo, Jimena?-

-Sí.

-Pero quiero vivir aquí ahorita, ¿puedo, Estela?

-Y yo, ¿puedo vivir aquí contigo?-

-Sí, pero rápido eh, no se nos vayan a pasar las siete veinticinco-

En realidad Diego siempre fue igual; algún tiempo Andrea se entusiasmó con la idea de que él era un artista, un pintor, un escultor. Ella creía que sólo los artistas eran raros o que los raros sólo eran artistas.

Un rayo de luz se cuela por debajo de la puerta y despierta a la penumbra en casa de Diego, su madre teje cobijas interminables y se entristece mirándolo jugar con un tren de madera, es como un niño vagabundo.

-Yo quiero ir a ver la piedra de Andrea ¿me llevas, Mónica?-

Andrea lo mira con los ojos mojados, es increíble que aún le parezca un genio, que todavía sueñe con robárselo cualquier noche, con dormir con él junto a la playa.

-¡Apúrate, Jessica! Ya son las siete veinticinco, el que cuida la piedra ya va a cerrar la reja verde.

-Desde que se murió Andrea, Diego se volvió loco- Dice la madre de Diego sin alzar la vista del Tejido. Y las señoras se arrepienten de haber preguntado.

Ella y Él

Manos largas y volcadas en el mantel, ojos cafés, risa divertida, piernas buscando piernas debajo del mantel. Así es ella.

Jeans deslavados y sucios, lentes obscuros, cuello en V, sonrisa a medias, cuatro cigarros para acompañar el café. Así es él.

-¿Se acordará de mis besos?- Se pregunta ella.

-Ojalá que no vea que estoy nervioso.- Piensa él.

-¿Notó que me corté el pelo?- Se pregunta ella.

-Me están temblando las piernas…- Todo está bien mientras no tartamudeé. Piensa él.

-¿En qué estará pensando?- Se pregunta ella.

-Vino super elegante y yo estoy todo mugroso. Ni siquiera me bañé. Piensa él.

-Ella prueba -¿Te acuerdas de la secundaria?-

-Él prueba -Sólo me acuerdo de ti-

-Ella sonríe –Fueron los mejores tiempos-

-Él se acerca –Todo es bueno cuando estoy junto a ti-

-Ella se arriesga –La decisión fue tuya-

-Él se sorprende –Tú sabes que lo hice por ti-

-Ella se arrepiente –No te reprocho nada-

-Él se descubre – Tú me dijiste que te dejara ser feliz-

-Ella se defiende –Tú sabías que quería ser feliz contigo-

-Él se entristece –Yo nunca te supe hacer feliz-

La soledad le ha quemado los párpados, ha pasado noches heladas buscándola en el colchón, ha mirado con nostalgia su retrato, nada es lo mismo desde que ella se le perdió.
El tiempo perdido le cayó encima, ahora lee más seguido las cartas que cuando él se las mandó. No se puede olvidar lo que nunca se recuerda, ahora que lo mira sabe cuánto lo extrañó.

-Ella intenta de nuevo –Todavía tenemos tiempo-

-Él rechaza –Tu tiempo siempre fue diferente al mío-

-Ella insiste –Tú decidiste por mí-

-Él se duele –Yo sólo te dije lo que querías oír-

-Ella pone el dedo en la herida –Nunca fui suficiente para ti-

-Él ataca –¿Por eso te casaste con ese pendejo?-

-Ella llora –Yo creí que era lo mejor para ti-

-Él se desangra –¡No me vengas con eso ahora!-

-Ella grita -¡Te juro que todo lo hice por ti!-

-Él agoniza –Tú me dijiste que te dejara ser feliz-

Él ya no puede rescatarla, ya no tiene contra quién pelear. Él está cansado y solo tiene miedo de verla, ya no puede volver atrás.

Ella ya no quiere olvidarlo, el tiempo perdido le ha caído sobre la espalda. Ella está arrepentida y sola, tiene miedo de verlo, ya no puede volver atrás.

-¿Todavía me quiere?- Se pregunta ella.

-¡Carajo! ¿Por qué le grité?p Piensa él.

-¿Es demasiado tarde?- Se pregunta ella.

-Bueno, por lo menos no tartamudeé.- Piensa él.

Alusiones a Buélco

Yo tengo un reloj con menos
vida. Con menos casa y con
menos acostarme yo soy un
cronopio desdichado y húmedo.
Julio Cortázar.

¿Quién es Buélco?


-¿Cómo te llamas?- Pregunté a un hombre diminuto y sin piernas que aleteaba sobre mi escritorio.

-Buélco- Contestó.

-Nunca había visto uno- Le dije. -¿Qué haces?-

-Nada, soy un Buélco- Dijo –Los Buélcos no hacemos nada-

-¿Ni siquiera te iluminas como una luciérnaga?- Dije para hacerlo enojar. Pero Buélco, tranquilo me miró y me dijo:

-No ¿y tú?-
Buélco me hace reír. Somos amigos.

¿Qué es Buélco?


- A veces creo que estás loco- Le dije a Buélco que corría parado de manos sobre el escritorio.

-Me miró y me lanzó su risa desdentada.

-Nada más falta que seas mi conciencia- Le dije.

Buélco me miró, dio saltos pequeños, como de negación y volvió a reír.

-¿Qué es Buélco?- Me preguntas.

-¿Buélco…? ¡Buélco no es nada!

Sin zapatos

Cuántas cosas no le debo yo a Buélco… Como ayer; mientras me ponía los zapatos le dije:

-Voy a salir a la calle-

-¿Por qué?- Preguntó.

-Tengo cosas que hacer- Le dije.

-Ah eso…- Contestó sin mirarme.

Y yo me quité los zapatos y me quedé en la cama por un rato.

Camellos

-¿Qué serías si no fueras un Buélco?- Pregunté.

-¡Fácil! Un camello- Dijo Buélco mientras contorsionaba las manos sobre su espalda dibujándose una joroba.

-Yo quisiera ser un Buélco- Le dije.

-¡Tú no puedes ser un Buélco!- Contestó.

-¿Por qué?- Pregunté indignado.

-Porque entonces yo sería un camello- Dijo, contorsionando las manos sobre su espalda y dibujándose una joroba.

Lágrimas


Buélco lloraba desconsolado sentado sobre sus manos y dejando caer gruesas gotas de lágrimas sobre mi escritorio. Las lágrimas olían como a sandía y Buélco estaba anaranjado como una calabaza.

-¿Qué tienes?- Pregunté realmente preocupado.

-Hoy lo vi- Dijo -Era alto, tenía piernas, pero estoy seguro de que era un Buélco-

Yo lo puse en mi mano y le regalé muchas almendras para consolarlo.

(Pero me alegré secretamente. ¡Sabía que aún con piernas se puede ser un Buélco!).

Sospechoso

Buélco es raro; se alegra en las mañanas instalado en un rayo de sol que cuelga entre las persianas… Parece que nada le preocupa.

Yo, desconfiado pregunte:

-¿Estás contento?-

-Me gustan los martes- Contestó y siguió meciéndose con los brazos mientras cerraba los ojos.
Sospechoso sin duda, algo tiene Buélco sospechoso…

Fotografías



-¡Me gusta!- Dijo Buélco cargando con la boca una fotografía vieja que yo había dejado secarse en algún cajón.

-A mí también- Le dije.

-Yo pensé que a ti no te gustaba nada…- Dijo Buélco dejando caer la foto sobre el escritorio.

-Yo también- Le dije -Hasta que estuve con ella-

Jardines

Por fin lleve a Buélco al jardín de la casa. Pasó mucho tiempo correteando a las palomas y arrancando el pasto.

Brillando al sol sus encías azules reía y hacía figuras con su sombra.
Buélco es feliz en donde sea…

¡Qué remedio!

Informaciones



No sé si se pueda extrañar a Buélco, hace ya muchos días que no está.

No quiero pensar que esté en la calle; la calle no es lugar para los Buélcos…

Me aflige imaginarlo usando corbatas rojas, sellando pasaportes o corriendo bolsas.

Busco en vano “Buélco”, en el directorio. Nadie lo conoce en la información telefónica y una señorita se ha reído en mi cara y me ha dicho que: “perder un Buélco no es ninguna emergencia”.

No le pedí a Buélco su número celular. -¡Pero si es lo primero que hay que hacer!- Me reprocho en voz alta.

Poesía



-Mira la luna- Le dije a Buélco, mientras él se ocupaba de no sé qué cosas del pasto y de la tierra.

-Parece un ojo y siempre, cuando pasan las nubes negras, de carbón, parpadea- Le dije en tono serio.

-¡Éste sí que es un idiota!- Dijo Buélco mostrándome un escarabajo que trataba de escapar de la palma de su mano.

-Cree que es un tractor, quiere hacer surcos en la tierra, pero sólo es un escarabajo común ¡mira qué asustado está!- Dijo mientras se lo pasaba de una mano a otra y reía a carcajadas.

No me gusta cuando Buélco se pone a jugar al poeta.

Después de todo

-Ayer estuve hablando con los caracoles y me puse a pensar que: el asunto es triste después de todo…-

Dijo Buélco que volvía maltrecho de una de sus largas ausencias.

Me explicó luego algo sobre el asunto de los caracoles y lo trágico que resulta la fragmentación de su caparazón, la falta de humedad en las plantas.

Ayer estuve hablando con Buélco y me puse a pensar que: después de todo, el asunto no es tan triste…

Pero después de TODO!!!

Cosas pequeñas


-Mira- Dijo Buélco tendido sobre su espalda y recargando la cabeza en un portaretratos de mi escritorio.

-Hace mucho tiempo, en su cueva, debajo de la tierra, vivía un Premuss, que es lo mismo que un Muss pero más chiquito (explicaba Buélco con naturalidad). Este Premuss se sentía muy solo, porque de verdad estaba muy solo. Comía minerales, raíces y otras cosas de la tierra, y aunque tenía buenas acuarelas, en realidad, su verdadera vocación era la escultura. Con un martillo de piedra y un cincel de paja, el Premuss moldeaba estatuas de lodo… ¿Nunca has visto la escultura del Muss guerrero en el museo del parque?- Preguntó Buélco.

No- Contesté.

-Bueno pues él la hizo- Dijo Buélco sacando de la bolsa de su camisa un pedazo de almendra.

-¡Imagínate!- Dijo soplando sobre la almendra. –Un Premuss sólo mide cinco centímetros y la estatua del Muss guerrero mide casi veintiocho… El asunto es que el Premuss escultor se sentía de verdad solo, su cueva era húmeda, el sol no la tocaba nunca y el Premuss tenía que quitarse todas las mañanas el musgo que se le impregnaba en la piel. Nadie quería vivir con él en esas condiciones, pero el Premuss estaba decidido a no abandonar la cueva, así que juntó mucho lodo que fabricó con sus propias lágrimas, tomo el martillo y la paja, y se puso a darle forma a una Píntra de lodo. (Es sabido por cualquiera, que las Píntras son las mujeres que vuelven locos a los Premusses, aunque casi nunca las tienen, ya que ellas están siempre enamoradas de los Musses que son más grandes y tontos).
La Píntra hecha de las lágrimas del Premuss cobró forma, él la miró enamorado y dijo. “¡Soy el Premuss más grande de la tierra! He creado una Píntra perfecta y silenciosa, soy muy feliz”. Dijo. “Y lo demás…Dijo citando a Augusto Monterroso (los Premusses admiran profundamente a Monterroso) -es silencio”. Dijo cubriéndose de lodo todo el cuerpo y fabricándose su propia estatua ecuestre.
El asunto es que después de muchos años, el reino de los Musses cayó a manos de gigantes mitológicos llamados caracoles y hormigas rojas. Un tal Atila, cortó la cabeza del Muss rey y la colgó en la plaza junto a las margaritas, después inundó la ciudad con no sé qué tecnología nuclear de mangueras he irrigadores. La estatua del Premuss y de la Píntra sucumbieron ante los ríos de gotas. Pero ahora, en la parte sur del jardín, justo donde estaba la cueva del Premuss, nacen en invierno plantas raras… Unas color mar se llaman Píntras y otras, parecidas al musgo pero azules, se llaman Premuss, son tan pequeñas que a veces se confunden con la luna-
Dijo Buélco, mientras mordía su último pedazo de almendra.

-¿Y?- Dije haciendo un esfuerzo real por no caer dormido sobre el escritorio.

-Nada- Dijo Buélco. –Que a veces cuando voy a jugar entre las Píntras, pienso que la vida es tan pequeña que sólo un Premuss podría caber en ella- Dijo. Y se llevó cargando con mucho trabajo una almendra grande en una mano mientras daba saltos pequeños con la otra…