Andábamos sin buscarnos pero
sabiendo que andábamos para
encontrarnos.
Julio Cortázar
Ocurría siempre, en algún café, caminando por la plaza… Yo interrumpía nuestro silencio más íntimo, más preciado, para decir alguna estupidez como: “¿Sabías que cuando Diego pintó este desnudo en realidad sólo se la estaba imaginando?” o “¡Claro! como en ese cuento de Borges en el que decía…”. Tú hacías un esfuerzo real por entender y después recogías una flor pequeña y te la ponías en el pelo, o me pedías que te contara, otra vez, la historia de la mujer que vuela.
Yo, evidentemente, quedaba reducido al ser más idiota y te miraba la risa, y tú te ponías a jugar a los monólogos entrecortados y sólo interrumpías el juego para adivinar la hora o para preguntarme por qué, a veces, el aire hace ruido.
No es que fuera imprescindible (seguro esta palabra te habría hecho reír), estar contigo, es sólo que resultaba fácil.
Por eso el día que llorabas yo no supe cómo… El aire hace ruido cuando va de prisa, cuando está de paso, como tú. La mujer que vuela tiene tus ojos y lunas en los dedos, como tú. Son las seis y veinte… Pero nada, no te dije nada. Te habías convertido en un fantasma, parecía que llorabas por muchos años.
Yo estaba tan débil, tan frágil. Cómo decirte que ya no… que sin duda tú, porque yo y luego todo esto.
“Que de ahora en adelante, todos los que vengan a palacio no tengan corazón”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario