Con los ojos apretados de tanto mirar, sujeta entre las manos una pequeña libreta verde, de pasta gruesas y hojas amarillas. Hace ya casi dos horas que pasó el tren, sin embargo aún se mueven en sus oídos los roces metálicos de las vías cansadas.
-Las once cuarenta. Tú te suicidaste a las once cuarenta... sólo soportaste nueve horas sin ella, ¡eres un maldito traidor!- dice mirando un reloj de cuerda gastado y oxidado que siempre marca la misma hora.
-Es julio y no llueve, ¿y sabes por qué no llueve?... ¡Claro que lo sabes! No llueve porque no estás, porque desde que te fuiste ya ni la lluvia se atreve a asomarse por la ventana, porque si lloviera habría alguna señal de que aún existo, ¿y sabes por qué no existo? ¡No estúpida! No dejé de existir porque te fuiste, dejé de existir porque me dejaste, que es muy diferente, que es muy diferente...
La fijación por los trenes no le llegó de pronto, le vino por herencia; por tanto escuchar las historias de su abuelo sobre aquel tren que venía del norte y que tardó treinta y dos años en asomar al pueblo su último vagón. –El nueve de julio, a las cuatro de la mañana, cuando ya casi me quedaba ciego de tanto no parpadear, vi por fin el último vagón, donde venían todas las cosas que se multiplicaron por la tierra; las estufas de gas, las máquinas para congelar la comida, los automóviles y muchas cosas más que todavía no se descubren. Pero eso es porque aún no ha llegado el tren a todo el mundo, si supiera dibujar te haría retratos de ellas...-
-Tú nomás dime cómo son abuelo, dime cómo son y yo las dibujo en mi libreta- Le contestaba él casi mecánicamente.
-Si tuviera un jardín soltaría mil grillos y los haría cantar a todos juntos en la madrugada, verías como así sí llovería. ¿Pero sabes por qué no tengo jardín? Pues sólo porque no hay cuartuchos inmundos con jardín incluido, pero a veces, antes de dormir, me imagino que hay un jardín debajo de las cobijas, entonces me meto rápido en la cama y siento cómo el pasto me hace cosquillas en los pies. ¿Tú no te imaginas nada antes de dormir? ¡Ah sí! Que te fuiste ¿verdad? Este cuarto es tan pequeño que hasta se me olvida que no estás. ¿También eso será extrañarte?-
Se pone de pie de un salto, toma un frasco de vidrio y lo oprime rápidamente contra el suelo, después le hace unos orificios pequeños en la tapa.
-¡Ya ves, te agarré!- dice riendo a carcajadas. –Nomás que termine de pasar el tren te voy a llevar a la casa para que hagas llover, pero primero deja que termine de pasar. Seguro ella viene en el último vagón junto con todas las maravillas que aún no se descubren. Fíjate bien cómo es para que luego me la describas y yo la dibuje en mi libreta. Nomás espérate a que pase el último vagón-.
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