abril 28, 2008

La llave del cuarto

Mientras tú y yo dormíamos, nuestros cuerpos estuvieron hablando por muchas horas… Se dijeron cosas que nunca sabremos, se hablaron así, como nosotros no podemos. Se hablaron en silencio.

Lo sé por tu rodilla indiscreta, por una de tus manos que se puso a gritar al viento las palabras que no alcanzó a decir tu boca; pero no la boca de siempre, la de anoche, esa que duerme contigo y a veces, cuando tengo suerte, conmigo.

Ahora que te has ido no lo sabremos, no podremos saberlo nunca. Reconozco en el papel amarillo tu caligrafía fina, perfecta, y sonrío imaginándote medio vestida, con la prisa de siempre, dejando caer sobre la libreta un “Te quiero” fácil. Tropezando con la silla, con los zapatos, con el tiempo, con el silencio divertido del cuarto que te mira correr sin hacer ruido. Mientras yo aprieto los ojos, tratando de anclarme al sueño para no ver como te vas, para no pedirte que te quedes otro rato, para no recibir, por gratitud, tu beso apresurado.

Y pensándolo bien es una lástima que te fueras, no sabes que tranquilo se ha puesto ahora el cuarto… Tus pasos se quedaron aquí, tercos, con su inútil monólogo en los azulejos del baño.

Ya no quiero verte, estoy cansado de no poder cansarme; ni siquiera tengo a quién dejarle este recado…

-Buenos días joven ¿todo bien? ¿descansó usted? No olvide dejar en la recepción el control remoto y la llave del cuarto.

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