El cigarro de las tres grita su nombre; lo repite el tren en mitad de su escándalo y a veces, se lo lleva un grillo que medita taciturno bajo la luz de la lámpara.
Me han dicho que también lo conocen ciertos pájaros y animales mitológicos y se sospecha incluso, que era el nombre favorito de un famoso minotauro.
Amigos cercanos me cuentan que, inexplicablemente, lo han escuchado de madrugada cuando toda la ciudad guarda silencio y a mí me ha pasado algunos días, que lo digo al despertar como si lo hubiera estado soñando toda la noche.
Suena en los intestinos con acordes de tambor, de piedras creando caos en el agua.
Nombre de cueva, de callejón, de primera llamada, de último vagón; de un eco que de tanto hacerse eco se volvió aire del eco que grita su nombre.
Sorda de
oído perfecto,
ambidiestra de sueños
diseñados para zurdos.
Habría que tener dos pares de pulmones para gritar tu nombre, inventar otro idioma, llenarse la boca de lluvia.
Pronunciarlo ahogado, muerto de sed.
Llorando, muerto de risa.
Sudando, muerto de frío.
Soñando, muerto de insomnio.
Peleando, ¡muerto en cumplimiento del deber!
Porque ocurre que ahora que todos lo saben, que se grita en la calle, que se brinda por él, que se escucha en los cines a media voz y sudando que se presagia en los salones de clases y en “cocteles de paso”.
He tenido que esconder tu nombre para evitar más sospechas, para que no se despierte al escucharlo mi despertador. Me lo trago de un sorbo con el café de la tarde…¡Doble cortado por favor!
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